No recuerdo para qué entré en el garaje. Allí estaba ella, picarona me guiñó un ojo invitándome a salir.
La propuesta me pareció seductora. De la mano me llevó por
carreteras ahora sinuosas, ahora interminables, casi siempre flanqueadas
por robles y encinas y paralelas a ese Ebro recién nacido pero ya
generoso de caudal.
Paramos a tomar un café en uno de esos pueblos apenas habitado pero eso sí, con un bar.
Al sol se notaba que va llegando el verano. En la umbría aún se notaba un fresco que nos invitaba a acercarnos, a intimar.
Saber plasmar un paseo relajante en moto y poder leerlo siempre es un placer, se respira paz y tranquilidad.
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