El viejo y el asfalto
Salí a pasear con mi perra Lúa. Encontramos una furgo de esas que ahora se camperizan con un señor de cierta edad sentado en uno de esos bancos con mesa que hay por todas partes. Como a Lúa le gusta saludar a los bípedos y a no todos los bípedos les gustan los perros, la llamé para atarla. El hombre al oír mi armoniosa voz se giró y con señas me dijo que la dejase suelta. El hombre parecía que había terminado de comer y tenía una pequeña cafetera sobre un pequeño a hornillo de gas. Olía bien a café. Me acerqué y al mirarme y verme me invitó a sentarme a tomar café y compartir algún pitillo. Como buen adicto a la cafeína acepté. Me contó el viajero que llevaba más de dos años recorriendo España sin prisa alguna. Nadie le espera. Justo al jubilarse enviudó y lejos de quedarse en casa decidió comprar una furgo de segunda o tercera mano, camperizarla de cualquier manera y lanzarse al asfalto. Olé por el.